El Bicentenario como oportunidad: Teoría y agenda para nuevos balances y prospectos en América Latina

 

La complejidad y el sentido paradojal de ciertas tendencias políticas “nuevas” en el hemisferio.

En la actualidad es posible apreciar en la región una tendencia a la consolidación, por una parte, de varias experiencias en materia de integración política y económico-comercial, en parte postulada como alternativa ante los avasallamientos del formato unipolar y hegemonista de la globalización “realmente existente”. Por otro lado, en los últimos años se ha verificado –con suerte diversa- el advenimiento de nuevos gobiernos en el continente, orientados a transformar (en el marco de fuertes restricciones internas y externas) las tendencias ultraliberales provenientes del llamado “Consenso de Washington”, fuertemente dominante como fuente inspiradora de las políticas desplegadas en la región en los años 90, hacia orientaciones más pragmáticas y heterodoxas, en algunos casos con líneas programáticas de un signo vagamente “progresista”, en términos generales.
En este marco, en los últimos años han podido advertirse algunas señales en el panorama político regional. Las profundas crisis políticas e institucionales que algunos países de la región han padecido en los últimos años dan cuenta de muchos fenómenos ya inocultables. Advirtamos algunos de ellos:
 
i) Los formatos democráticos clásicos y sus actores tradicionales se han deteriorado en varios países de la región y hoy presentan –en mayor o menor medida según los casos- insuficiencias claras para consolidar democracias cabales en el continente. Al tiempo que varios sistemas de partidos se revelan sumamente débiles, en varias sociedades del continente emergen nuevos actores sociales y políticos de signo contestatario, en gran medida como rebelión inorgánica frente a estas “democracias de baja intensidad” y como apuesta legítima para encontrar nuevos cimientos políticos para refundaciones democráticas que incorporen la participación de grandes franjas de la población desplazadas históricamente del ejercicio efectivo de la ciudadanía, del “derecho a tener derechos”. En muchos casos, estos casos de fenómenos novedosos se expresan a través de modalidades y liderazgos renovadores, que vienen a dar voz a los “invisibles” ancestrales de los regímenes anteriores (indígenas, pobres, negros, mujeres, sectores marginados en general, etc.) y a exigir el cumplimiento largamente postergado de sus legítimas demandas de justicia, tanto en materia política, social como cultural. 
 
ii) Un antinorteamericanismo profundo (entendido no como una ruptura frente al pueblo de esa nación sino como un rechazo profundo a las prácticas contrarias al Derecho y a la Comunidad internacionales adoptadas por la administración ultraderechista del Presidente Bush (h)) se expande en las sociedades del continente como hacía décadas no ocurría en el continente, impulsando posturas nacionalistas y de defensa de soberanías agredidas.
 
iii) El consenso acrítico imperante en los 90 sobre las bondades poco menos que indiscutibles del recetario liberal ortodoxo emanado de los organismos financieros internacionales cada vez genera más críticas y rebeldías, más allá de que muchas de ellas resultan más firmes desde los discursos de oposición que en los contenidos mismos de las políticas implementadas una vez llegados al ejercicio del gobierno, y que las alternativas presentadas resulten –según los casos- más o menos consistentes o, en algunas experiencias, totalmente retóricas o inviables.
 
Las claves y posibilidades de este “nuevo orden -que algunos autores han calificado de “postliberal”- en la región se traducen en efecto en cambios electorales tan espectaculares como impensables hace algunos años. Adviértase sin embargo que, como se verá en detalle más adelante, los gobiernos emergentes de estos virajes electorales no presentan perfiles ideológicos homogéneos, entre experiencias revolucionarias como las del MAS en Bolivia, predominio de movimientos nacional-populares más o menos clásicos como en Argentina y Venezuela, gobiernos de centro izquierda como en Brasil o Uruguay, entre otros. Por otra parte, el balance del desempeño de estos gobiernos tampoco es homogéneo, al tiempo que el impacto de la crisis global en curso ha vuelto a poner de manifiesto una señalada ausencia de ideas efectivamente nuevas en la perspectiva de un desarrollo efectivamente alternativo al de la década de los 90.33 De allí que la visión de un “giro a la izquierda” en América Latina resulte al menos discutible y necesitada de problematizaciones y matices de diversa índole. De todos modos, las razones de este giro histórico indiscutible pueden encontrarse en múltiples factores. En relación con los ejes antedichos destaquemos sólo tres de los más importantes, dentro de un amplio cúmulo que podría citarse:
 
i) El rechazo de los efectos de una política exterior de los EEUU para el continente caracterizada tanto por la persistencia de un intervencionismo desenfadado (los ejemplos son múltiples y no dejan de sucederse), como por un desinterés efectivo en planes alternativos de cooperación, propicios para un desarrollo viable y sustentable para los países del continente. En este sentido concurren tanto los contenidos fuertemente polémicos de su propuesta del ALCA o de los TLCs bilaterales, como su actitud cada vez más prescindente en términos de cooperación o su reacción inadmisible frente al tema de la inmigración de millones de latinoamericanos a los EEUU (con la pretendida iniciativa de construir un muro de contención en la frontera con México y una radicalización de la represión de los indocumentados y aun de los inmigrantes hispanos regularizados, pero siempre sospechosos de acciones delictivas).
 
ii) El fracaso cada vez más aceptado de la implementación de las reformas impulsadas por los organismos financieros internacionales durante los últimos años, de la mano del recetario emanado del llamado “Consenso de Washington”. En este sentido, tanto los análisis académicos como los provenientes de estudios de los mismos organismos financieros internacionales, resultan ampliamente mayoritarios en coincidir en que la implementación de las llamadas “reformas de primera generación” durante los 90, culminó en desempeños muy pobres, en particular en los tópicos fundamentales de la generación de empleo genuino, abatimiento de la pobreza y la indigencia, crecimiento económico y construcción institucional.
 
iii) El agravamiento de cuadros de pauperización y marginación social, de la mano de Estados “desertores” o “suicidas”, como el que enajenó el Presidente argentino Carlos Menem durante su largo decenio en el gobierno de Argentina (postulado por el FMI en 1998 como su “mejor alumno” en la región). En este marco, los procesos renovados de pauperización vinieron a hacer más dramáticas e inocultables las injusticias, no solo sociales y económicas sino también políticas, culturales y étnicas, en países como Brasil o Bolivia, por citar solo dos ejemplos particularmente señalados.
 
La profundización del rechazo popular en las sociedades sudamericanas a la política exterior norteamericana en general y en particular de cara a la región, la crítica creciente a las políticas “neoliberales” y a sus defensores en el subcontinente y el agravamiento de los cuadros de pauperización, desigualdad y marginación, constituyen en efecto factores no únicos pero sí de los más decisivos para el advenimiento de los cambios políticos en la región. También resultan factores desafiantes y problematizadores en tanto herencias “malditas” para la gestión de los nuevos gobiernos de signo más progresista. En suma, los mismos factores que han estimulado su crecimiento electoral y su triunfo en las urnas, tienden a problematizar y a interpelar la gestión de estas fuerzas políticas una vez que se transforman en gobierno y tienen que lidiar con realidades dramáticas que exigen transformaciones urgentes y profundas.
 
Más allá de sus heterogeneidades y contradicciones, este “cambio político en la fragmentación” configura un “telón de fondo” que consolida los requerimientos de debates prospectivos como eje de conmemoración del Bicentenario. En una dirección convergente, los llamados procesos de “justicia transicional” que se han desplegado en varios países del continente también incentivan ese tropismo de “mutación democrática”. Los reclamos de verdad y justicia en torno a los delitos de lesa humanidad cometidos durante las dictaduras de la seguridad nacional y sus regímenes de terrorismo de Estado, llegan en efecto –con muchas cuentas pendientes pero también con avances innegables en varios países- hasta esta coyuntura del Bicentenario. La reinvención democrática y la forja de una nueva cultura de los derechos humanos vuelven a anudar con fuerza los balances del pasado reciente con los debates por el futuro y el desarrollo en América Latina.
 
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