Entre los grandes vecinos y las grandes potencias. La inserción internacional del Uruguay: etapas y contextos.

III. La transición hegemónica (1931-1947)
 
La Crisis de 1929 –que arribaría a Uruguay con toda su fuerza en 1931- tensó aún más las relaciones económico-financieras con la metrópoli europea. El mundo se erizó de barreras aduaneras y medidas proteccionistas y de control de cambios. Uruguay no fue la excepción. Ante las amenazas de represalias británicas, impulsó el “comprar a quien nos compra”, a través de una distribución de cambio que favorecía a Gran Bretaña y perjudicaba a Estados Unidos. La “diplomacia de los Tratados” impulsada por Terra intentó diversificar los mercados de nuestros productos de exportación (se firmaron tratados con Italia, Alemania, Japón, etc.). Pero la importancia del mercado inglés seguía siendo decisiva. Gran Bretaña tenía con qué presionar y lo hizo: en 1932, reunida con sus colonias en Ottawa aprobó la “preferencia imperial” para sus compras de carne: Australia, Nueva Zelandia y Sud África, productores de carnes y lanas como nuestro país, serían los grandes beneficiados, mientras que a nuestro país se le asignó una cuota que tomaba como referencia las exportaciones realizadas a Gran Bretaña en el peor año de la crisis. Uruguay –al igual que Argentina- luchó denodadamente por llegar a un arreglo, que recién se concretaría para nuestro país en 1935. Los tratados con los estados totalitarios y la ruptura de relaciones con la URSS (1935) y la República Española (1936) dieron una entonación conservadora a la diplomacia terrista. Sin embargo, cuando había que votar en la Sociedad de Naciones (SDN) la solidaridad con Gran Bretaña estaba ante todo.
 
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Uruguay se vio más que nunca a la intemperie. Con dificultades para abastecerse de los insumos más importantes, con escasez de bodegas para sacar sus exportaciones, el Uruguay que se hallaba en pleno proceso de transición democrática viviría fuertes tensiones con Argentina. En el marco de una política exterior signada por el fortalecimiento del compromiso uruguayo con la causa aliada y con Estados Unidos, el ya tradicional alineamiento pro-norteamericano de los gobiernos batllistas en busca de un ansiado respaldo ante el amenazante vecino, se verá reafirmado por la inquietante realidad política argentina representada por los gobiernos militares de Ramírez y Farrell-Perón (1943-1945). Al respecto, hay que señalar que existe una armonía entre la larga duración y la coyuntura en la política exterior uruguaya del período, signadas ambas por la desconfianza hacia la Argentina. Dicha desconfianza se vio exacerbada en el marco de la Segunda Guerra Mundial por las simpatías totalitarias de importantes círculos militares del país vecino, que contaron con la “comprensión” del herrerismo (opuesto a la política panamericana de Estados Unidos), el sector del Partido Nacional que había acompañado el golpe de Estado de Gabriel Terra  que en marzo de 1933 puso fin al Uruguay batllista. 
 
La coyuntura bélica ilustra muy claramente la fuerte relación entre la política interna y la política externa. Los sectores opositores al golpe de estado de 1933, alineados con el antifascismo, buscaban ahora la restauración democrática –reforma constitucional incluida, para hacer desaparecer la representación no proporcional instaurada en el Senado por la Constitución de 1934- y chocaban con la fuerte oposición del sector mayoritario del Partido Nacional, el herrerismo, que quería conservar la privilegiada posición que aquel ordenamiento constitucional le había otorgado. De este modo, para los primeros, la lucha política interna aparecía íntimamente imbricada con la lucha que se libraba en Europa, y era vivida con una pasión que podría resultarnos sorprendente si no supiéramos hasta qué punto era éste un rasgo identitario de aquel “Uruguay batllista”, que identificaba el enfrentamiento nacional con el enfrentamiento mundial, visión ampliada de la nación uruguaya que el paréntesis conservador no había logrado erradicar. 
 
Desde el inicio mismo del conflicto, entonces, el neutralismo uruguayo estuvo teñido de claras simpatías por la causa aliada, mientras que la oposición herrerista defendía la neutralidad a ultranza, para decirlo con cierto esquematismo.
 
Dentro de esta postura pro aliada, el estrechamiento de vínculos con Estados Unidos -sin olvidar la emocionada y costosa solidaridad con Gran Bretaña (Uruguay le extendió generosos créditos para su aprovisionamiento de carne) fue seguramente el tono dominante de la política exterior uruguaya desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial, y más aún a partir de 1943, cuando la suerte de las armas estaba mostrando el camino hacia el triunfo de la causa aliada.
 
Ello tuvo diversas manifestaciones, que incluyeron: la sintonía prácticamente total con el Departamento de Estado en las diversas instancias de la política panamericana del período (Reuniones de Consulta de Cancilleres de Panamá en 1939, La Habana en 1940 y Río de Janeiro en 1942); la participación en la política de defensa hemisférica a través de la adquisición de armamentos y la construcción de bases aeronavales –este último, sin duda, uno de los puntos más debatidos de la orientación exterior del país durante la guerra-, etc.
 
Pero el panamericanismo (o el alineamiento pro estadounidense), que antes había sido una opción política que enfrentaba dificultades para su concreción en el plano del intercambio económico-comercial –las economías de Uruguay y Estados Unidos eran difícilmente complementarias y el “buen vecino” había sido un mal cliente- ahora, bajo los nuevos parámetros establecidos por el conflicto mundial, con los países europeos imposibilitados de proveer suministros debido a la conversión de su industria para apoyar el esfuerzo bélico, el estrechamiento de los vínculos con Estados Unidos tuvo una traducción económica y financiera de suma importancia. Es por eso que, si bien Uruguay no descuidó en absoluto sus relaciones con Gran Bretaña, tradicional mercado para la colocación de nuestras carnes, la relación con Estados Unidos se volvió más importante que nunca.
 
Al finalizar el conflicto Uruguay negoció con Gran Bretaña el pago de los generosos créditos concedidos. El trabajoso acuerdo, firmado en 1947, supuso el abandono de los ferrocarriles británicos y su pasaje al Estado uruguayo, en una transferencia que resultó simbólica del fin del ciclo hegemónico británico en el país.
 
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