Señala Isabel Clemente que, al finalizar la guerra, la inserción internacional del
Uruguay “respondió a los cambios sustanciales que se cumplieron en el sistema internacional con el fin del eurocentrismo, la emergencia de un
orden bipolar y la guerra fría entre los dos grandes bloques”. En ese contexto,
Uruguay participó en la creación de las Naciones Unidas –en continuidad con una tradicional inclinación por el multilateralismo - y se integró plenamente al sistema interamericano. En este último -transformado en un bloque sólidamente alineado con
Estados Unidos y su estrategia de contención al comunismo-
Uruguay participó desde una posición de “autonomía relativa”, acompañando a los países que impulsaban posiciones más independientes. Por entonces, señala la misma autora, en
Uruguay se asistió “a un intenso debate interno sobre política internacional en el cual participaron el movimiento estudiantil, los sindicatos y la intelectualidad crítica. Alineamiento con uno de los dos bloques o tercera posición polarizaron las opciones que se proponían a la opinión pública y se pretendían traducir en cursos de acción por parte del gobierno”. Particularmente polémicos fueron temas tales como: la ratificación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), el reconocimiento del gobierno revolucionario del MNR en
Bolivia, el Tratado de Asistencia con EE.UU., y la intervención de este país en
Guatemala que condujo al derrocamiento de Jacobo Arbenz.
Después de 1959, cuando la revolución cubana y su posterior enfrentamiento con
Estados Unidos se trasladen a la OEA, la política de los gobiernos blancos mostraría márgenes de independencia sustancialmente mayores frente a las directivas de EE.UU, con un último gesto de independencia al votar en Naciones Unidas la condena de la invasión de
Estados Unidos a República Dominicana en 1965.